Hace años que lo descubrí. Cuando la diosa pone la mano sobre ti, te llenas de excitación y destino. Parece como si unos hilos invisibles te ataran a ciertas mujeres. Por las noches sueñas con ellas y te entra una plenitud inflamada que no tiene parangón, que no puede explicarse. Te sientes lleno de fuerza, de sentido. Imaginas tus situaciones de amor, las quieres idolatrar, desnudar, acariciar durante horas. Y curiosamente, esas reencarnaciones de la diosa, cuando estás en racha, aparecen por parejas, nunca una tras otra.
Conoces una mujer, empiezas a tratarla y automáticamente surge otra. Me ha pasado con todos de mis grandes romances, y también con mis fracasos más lamentables.
Acabo de pasar una época de viento en popa, de aceleración y euforia. Mi vecinita, la pelirroja, por fin se ha ido a vivir sola. Hemos tomado algunas cervezas, me ha contado sus penas. Lo que parecía imposible ha ocurrido, me pidió mi teléfono, quedamos una noche en su casa.
Al mismo tiempo conocí a la Troyana. Ah, es una mujer magnífica, de ojos negros e insondables, de pelo revuelto y rizado, sólo le falta una cinta en la frente para ser cualquiera de las protagonistas de tragedias griegas. La Troyana era muy inaccesible, sólo la conocía por fotografía. Un día, la encontré haciendo cola en una tienda. El corazón me dio un vuelco, y me atreví. "Pase usted primero". Ella se quedó extrañada y me miró con unos ojos encantadores, de sorpresa y timidez.
A partir de ahí conseguí su mail, poco a poco nos carteamos. Hasta quedar una vez en un bar. Estaba rendido ante ella. Parecía muy seria y formal, me contó que vive con un hombre y se dedica a temas empresariales. Le seguí escribiendo, nos vimos una segunda vez.
Entonces no pude reprimirme, y aquella noche le escribí por mail lo que me había ocurrido, que me fascinaba, que era una mujer muy interesante. Procuré expresar sólo admiración rendida, nada de asedio o pegagojismo desagradable.
Pues bien, anteanoche era la célebre cita con la pelirroja. Entré, hablamos, nos cruzamos las manos con esa electricidad tan peculiar. Y llaman al timbre. ¡Era el marido! Me quedé tan cortado con mi copa en la mano que no supe qué decir y desaparecí como pude.
Al día siguiente recibí un correo de la diosa. Se declaraba confusa e incómoda por mi expresión de "determinados sentimientos", incluso sabiendo que tenía pareja. Y me mandó a la mierda con buenas palabras.
Salí de casa dispuesto a emborracharme. Al pasar bajo una farola, chisporroteó y se apagó la bombilla.
Lo sabía. La diosa no recompensa ni reparte, juzga con su medida. Es inesperable, puede llegar a ser cruel.
Y ejecuta al humillado.