martes, marzo 27, 2012

MIS CHUPADAS: LUCILA (2)





¡Cómo son las cosas! Yo le prometí a Lucila que iría a verla a su piso. La mañana en que me decidí, me dieron la noticia de que acababa de morir don Juan, que fui mi mentor y mi maestro. Aquello me dejó conturbado. Pero me pareció ver en mis imaginaciones a don Juan con su cigarrillo en la boca diciéndome: “¡Qué puñetas, ves!”. Y así lo hice.

Llamé, subí. Estaba con una amiga, y llevaba todavía el camisón. La amiga desapareció enseguida y ella me miraba en silencio y los ojos bajos. La empecé a besar y acariciar. Le levanté el camisón, para hundir mis labios en su sexo. Estaba ligeramente perfumado, olía a noche y a sábanas.

De ahí nos fuimos a su cama, dejando toda la ropa por el camino. Ella comenzó a arrancarme literalmente la camisa y los pantalones, y llegamos a una cama de estudiante, bajo muchas postales y fotos de sus amigos.

Lucila saltó sobre mí, hecha una fiera. Empezó a besarme y acariciarme, hasta cogerme la polla. Es la única vez en mi vida que no he sabido lo que estaban haciendo con mi sexo. Sentí tantas cosas a la vez. Ella me la chupaba, lamía, la aspiraba. Yo volaba muy lejos y me corrí sin saber cómo ni dónde iban mis líquidos.

La excitación era tanta que me di la vuelta, empecé a lamerla de pies a cabeza y tuve rápidamente una erección. La penetré, y ella se puso encima. Aquello sí que fue una cabalgada. Veía su cuerpo tostadito, con sus manos llenas de anillos hippies, y también contemplaba mi cuerpo. No sé porqué, pero pensé que mi cuerpo se parecía al de mi padre. Y me dije, en uno de esos intervalos lúcidos del sexo: “¿Qué hace mi padre con Lucila?”.

Estábamos bajo la ventana y Lucila gritaba como una gata en celo. No recuerdo ninguna otra mujer que diera unos gritos tan feroces. Yo pensaba que, a las diez de la mañana, nos estaba escuchando todo el barrio. Pero el subidón era tal que no me importaba.

Ella se corrió entre gemidos sobrecogedores. Yo, entonces, me puse encima de ella, y pronto volví a derramarme. Entre suspiros, más discretos. Ella entonces me acarició la espalda y me dijo: “Qué piel más suave tienes”.

Lucila fue un encanto. Algo irrepetible. Después del polvo volvió a ser la chiquita discreta y vergonzosa. Me ofreció su ducha. Luego un café y me tendió un cigarrillo. Yo, a pesar de que había dejado de fumar, lo acepté.

Luego salí de allí totalmente renovado. Con mi mujer nunca tuve una sesión como aquella.

En el fondo de mi imaginación, don Juan se reía: “¿Lo ves? ¡Qué puñetas!”.

Y tenía razón.

Pero todavía tendría otro encuentro más bonito con la luminosa Lucila.

CONTINUARÁ

2 comentarios:

belkis dijo...

Algunas discretas y vergonzosas esconden (¿escondemos? jajaja) a una auténtica furia sexual.
¡Qué encuentro más mágico! Maravilloso. Por unos pocos minutos me he sentido un poco Lucila, no te creas.
Ya dice el refrán que "no hay dos sin tres", así es que seguiré otra vez ansiosa (pero esta vez también excitada) esperando la siguiente entrega.

Sex Shop dijo...

Muy buenooo!!!!!!!!!