viernes, diciembre 08, 2006

DERRAMARME EN SU BOCA

Guardo algunos recuerdos que no desaparecerán nunca. Secretos, indelebles como esas lápidas esculpidas en mármol. Fue un fin de semana que pasamos en una casa pequeña de montaña. Estaba al pie de un gran monte pelado, de piedra viva, que al atardecer tomaba tonos violáceos, como si fuera de terciopelo. Olía a pino y a árboles frutales, y las ovejas pacían por los alrededores. Era una especie de escenario de "Dafnis y Cloe" en directo. Pero había una gran diferencia entre nosotros dos. Ella estaba deprimida porque acababa de perder una posibilidad de trabajo.

Yo en cambio estaba enamoradísimo, perdido de celo y deseo. Cuando se hizo de noche encendimos la chimenea, trajimos unas mantas un poco ásperas, que olían a humedad, y las pusimos en el suelo, junto al fuego. Y allí, lentamente la desnudé viendo como las llamas le daban una luminosidad especial a su piel, siempre tan blanca y ebúrnea.

Ahora parecía una de esas pinturas de Tiziano, que empleaba el sol para secar sus óleos.

Ella tenía la mente en otro sitio. Pero yo logré acariciarla y motivarla aunque fuera un poco. En un momento, me estiré, y le abracé por los hombros, inclinándola hacia mí.
Ella obedeció aquella instintiva llamada. Y de una forma suave, casi ausente, me besó en los extremos del vello público. Yo, muy excitado, levanté con la mano mi sexo, poniéndolo erecto delante suyo.

Ella, con un ligero movimiento de cabeza, como de timidez, se acercó a él. Abrió los labios, en ese instante que parece eterno y que al mismo tiempo pasa demasiado deprisa, porque es la promesa de todos los placeres.

Metió mi sexo en su boca, lo empezó a succionar lentamente, yo veía incluso el bulto del glande sobresalir debajo de sus mejillas.

Le pedí que murmurara, que cantara, que susurrara, porque esa vibración profunda te da un placer inmenso.

Y entonces, agarrándola con fuerza, la fijé mucho a mi vientre hasta derramarme por completo en su boca.

Noté su respiración alterada, y algún movimiento instintivo, pero fue tan grande la sensación de vaciarme, de dejarme llevar, de convertirme en alimento, bebida, manatial, fluido interno, que nunca olvidaré aquel placer.

Sobre todo porque, después, ella se secó la boca. Pero le quedó una gotita seca en el labio. Un recuerdo permanente de aquel placer que estuve contemplando toda la noche. Como si fuese un cuadro de amor.

Ella sólo dijo: "¿Te ha gustado?"

1 comentario:

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