domingo, noviembre 05, 2006

LOS ORGASMOS DE LA VECINITA




Durante un tiempo teníamos una pareja de vecinos de neustra misma edad. La primera vez que me di cuenta fue porque en verano, las tardes de calor, les oía follar aparatosamente. Los gritos y suspiros llegaban de la ventana de al lado, así como los crujidos de la cama. Es algo que nunca me ha excitado, sino más bien me disgusta. Un día, al asomarme, vi una mujer que me miraba fijamente con unos ojos oscuros, mientras se peinaba. Nos quedamos mirando en silencio.

Poco después nos hicimos muy amigos. Pasábamos de un piso a otro. Hacíamos excursiones juntos. Yo sentía un poco de atracción por ella, pero creo que la chispa sexual estaba entre mi pareja y aquella mujer. Se notaba una fuerte corriente. El, en cambio, siempre estaba como despistado.

Un día vinieron a cenar a casa, con la excusa de pasar unas diapositivas, empecé a proyectar fotos de mi pareja. Primero de viajes, y excursiones. Pero, muy excitado, decidí probar a enseñar su cuerpo. Pasé unas en que se veía debajo del agua. Al principio todo eran bromas y mi pareja protestaba. "¿Qué haces? Estas fotos no".
Pero yo fui subiendo grados. Luego proyecté una en que estaba muy guapa. Apoyada en una roca, con una toalla amarilla por encima de los hombros. Y se le veía un pecho. "¡Qué graciosa!", dijo la vecinita. El vecino enmudeció.

Empecé a sacar fotos de ella cada vez más desnuda. ¡Dios! La tensión sexual se podía cortar con un cuchillo. Yo estaba más empalmado que un poste de la telefónica. El corazón me latía fuertemente, mientras iba a buscar fotos y más fotos al cajón donde las escondía.

Al final la saqué totalmente en pelota. Sus pechos, su culo, incluso su pubis. A ella le molestó pero curiosamente no hizo nada para impedirlo. Los vecinitos se quedaron muy alterados.

Y aquella noche, por la ventana, escuché sus gritos y suspiros más fuertes que nunca.
Yo en cambio, con lo caliente que iba, no me comí un rosco porque a ella no le había gustado el tema y no se motivaba.

Ellos tuvieron orgasmos a costa de mí.

Y yo, más excitado que un mono, me la pelé en el baño.

¡Triste suerte!

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