Sé que en algunos paises de Latinoamérica se emplea la palabra concha para designar el sexo femenino. Pero antes de ser consciente, yo ya empleaba la analogía. Esta mañana al salir a la cescalera olía a recién pintada, porque la están arreglando. Pero no era el típico olor acre a pintura de plástico. Primero me recordó al caramelo.
Pero enseguida me evocó esos perfumes que se ponen en las compresas femeninas o que emplean algunos productos para la vagina. Una mezcla de frambuesa y aroma orgánico. Dulzón, muy perfumado, sexual aunque disfrazado.
Me recordó que durante una época viajaba mucho y la echaba de menos. Lo que hice fue coger una concha en la playa. Habitualmente, antes de dormir le llevaba la cena a la cama. Ella estaba recién duchada, viendo la tele. Y cuando ella ya terminaba de cenar, me metía por debajo de las sábanas, le bajaba las braguitas, y abría su sexo como una fruta. Recién duchada, con ese olor a piel y rincón secreto. Empezaba a lamerlo hasta que ella se corría lentamente y sin hacer mucho ruido. Entonces se quedaba dormida y yo veía la tele.
Pues bien, un día mientras le lamía el clítoris y los labios interiores, puse sin que se diera cuenta la concha encima de su monte de venus, tocando su pubis. Y luego lo llevaba durante todos mis viajes en el bolsillo.
Lo sacaba, lo olía. Era como llevar su sexo siempre conmigo.
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